miércoles, 15 de julio de 2009

R. Dawkins y el asombro de la ciencia

En su libro ‘Destejiendo el Arco Iris’ Richard Dawkins se lanza contra la idea romántica de que la ciencia es una disciplina carente de pasión, dedicada a acercarse a los fenómenos de la realidad sólo para enfriarlos y desmenuzarlos con sus pinzas insensibles, destrozando todo resto de asombro en la naturaleza. Para dar testimonio de esta actitud, que aun se mantiene vigente, Dawkins recuerda el rechazo del poeta Keats a la descomposición del arco iris en colores prismáticos que realizó Newton. Keats alude a que, con su ciencia, Newton ha destruido toda la poesía del arco iris, para convertirlo en nada más que en un objeto de frío estudio. La ciencia ha desterrado a la maravilla. Esta es una actitud que, como dije en el post anterior, permanece en filósofos como Wittgenstein, de quien en la actualidad se hacen muchas interpretaciones que ya no se centran en su filosofía de lenguaje, sino en su noción ética de la importancia de la imaginación y de la relación espiritual con la realidad. Esta dimensión de la filosofía wittgensteniana, que rechaza al intelectualismo y al cientificismo, posee mucho valor, sin embargo comete el error de seguir la actitud romántica de rechazar con demasiada rapidez a la ciencia -y con ciencia quiero decir aquí: a lo racional, a lo intelectual, en oposición a lo emocional o espiritual en el arte- como fuente de auténtico asombro, de auténtica maravilla, y -esto es lo realmente importante- de auténtica felicidad. Así, Wittgenstein desecha a la “sabiduría” (la científica, se entiende) como algo sombrío y triste (cf. ‘Cultura y Valor’, aforismos 28, 194, 321, 363, entre otros).

Frente a esto, lo que quiere Dawkins es comenzar a pensar la ciencia como una disciplina que, no solamente es fuente de asombro, sino que además, al igual que el arte, nace del asombro. Esta es una idea importantísima si es que se quiere comenzar a tener una nueva perspectiva de la ciencia. Ya Einstein apuntaba en esta dirección: “La cosa más bella que podemos experimentar es lo misterioso. Es el origen de todo arte y ciencia auténticos.” Aun así, Dawkins admite que esta fama ha sido provocada por la misma actitud de la ciencia, que se ha creído por mucho tiempo desligada de lo emocional y dedicada a un acercamiento únicamente intelectual a los fenómenos. Así pues, el mérito de Dawkins consiste en proponer una ciencia que sepa abarcar una visión más poética, que no rechace a la imaginación y a lo metafórico como un modo de darse a entender, y que se sepa conciente de que es una fuente riquísima de asombro. Y a su vez, se considera que de este modo el arte también tendría que comenzar a saber apreciar la riqueza de la ciencia, para generar expresiones estéticas novedosas, apoyadas en el conocimiento científico. Cito a Dawkins: “Mi tesis es que los poetas (se refiere aquí a los artistas en general) podrían hacer mejor uso de la inspiración que proporciona la ciencia y que, al mismo tiempo, los científicos deberían tender la mano al gremio que estoy identificando con los poetas.”

Ahora bien, aquí hay que tener algo muy en cuenta. Cuando se habla de una ciencia más cercana al arte y de un arte más cercano a la ciencia no se está diciendo que ellos deben fusionarse o confundirse. Es claro que cada una de estas disciplinas tiene su propio campo, su propio juego de lenguaje con sus propias ‘reglas’ y sus propios sentidos. Cuando aquí se habla de no restringir el asombro al arte no se está diciendo que el mismo tipo de asombro está en la ciencia y en el arte. El asombro producido en la ciencia será uno diferente al que se da en el arte. En la ciencia el asombro se concentra mucho más en el descubrimiento, en la belleza de la complejidad con la que se explican los fenómenos. En el arte se trata más bien de un asombro más ligado indisolublemente a lo emocional, que juega mucho más con lo escondido, con lo inexplicable. Y ojo que lo inexplicable, es decir, el misterio, también es algo presente en la ciencia, tal y como Dawkins mismo lo acepta. Allí también hay asombro por el misterio, pero en un sentido diferente.

Es en esta última cuestión, de la diferencia de los tipos de asombro, que talvez Dawkins merece ser cuestionado. En más de una ocasión, él parece dar a entender que el artista no debe menospreciar a la ciencia como fuente de asombro porque en la ciencia la belleza va más allá de lo estético, es decir, se trataría de una belleza más profunda. Lo deseable hubiera sido que Dawkins aceptara que la belleza que se puede apreciar en la ciencia no va más allá, como si alcanzara dimensiones que el arte nunca podrá alcanzar, sino que es simplemente un modo diferente de apreciar la belleza, propio de otro juego de lenguaje. Así pues, Dawkins llega a rechazar la idea hermenéutica de que todos los discursos acerca del mundo están al mismo nivel, no accediendo ninguno a algún modo de verdad privilegiado. Lo cito: “Una moda caprichosa ve a la ciencia como uno de tantos mitos culturales, no más verdadero ni válido que los mitos de cualquier otra cultura.” [el subrayado es mío]. Aquí Dawkins no estaría acordando con la idea de Rorty (con la que yo sí acuerdo) de que cada discurso sobre la realidad no es más que una nueva metáfora sobre ella, no alcanzando ninguna dimensión más cercana a la realidad. Lo inconveniente de esta posición tomada por Dawkins es que, como ya dije, se comienza a pensar a la ciencia, ya no sólo como fuente de belleza, sino como fuente de una belleza más profunda. En este sentido, Dawkins cita a Feynman para explicar lo que quiere decir: “yo veo [en la ciencia] una belleza más profunda a la que no es tan fácil acceder.” [el subrayado es mío]. Lo que hace aquí Dawkins es rechazar un extremo para apoyarse en el otro -cometiendo el mismo error (aunque sin tanta radicalidad) que cometió el Romanticismo frente a la Ilustración, tal como lo señalaba en el post anterior. Es decir, ante una actitud que dice que la ciencia cierra el camino de acceso a lo bello, se responde que la ciencia, lo que puede hacer más bien, es acceder a lo inaccesible por otras disciplinas, es decir develar una belleza más profunda. Aquí pareciera que la ciencia se refiere a sí misma con respecto a la belleza tal como antes se refirió a la verdad: la dificultosa belleza que alcanza la ciencia es más intensa que la que alcanzan otras disciplinas.

No deseo complicarme más. He intentado señalar los que son, a mi juicio, el mérito y el error de Dawkins. Tan sólo quiero recordar porqué considero esta discusión importante. Lo que pretendo en el fondo es completar un giro pluralista que nos permita saber apreciar el valor en cada aspecto de los diferentes tipos de discursos a partir de los que podemos acercarnos a la realidad. Una verdadera actitud pluralista no es simplemente la que escapa de las actitudes cientificistas e intelectualistas. Una verdadera actitud pluralista sería aquella que sepa ver el valor en los distintos juegos de lenguaje, que sepa apreciar tanto la dimensión intelectual como la emocional o espiritual. Negarle la posibilidad del asombro -como lo hace Wittgenstein- a un acercamiento intelectual a los fenómenos es negarle la posibilidad de la felicidad, y allí hay un problema importante de apreciación ética que se tiene que superar. El fin es pues, sobretodo, ético. Lo que habría que decir entonces, en contra de Keats, es que Newton no mató la belleza del arco iris, sino que ingenió un nuevo y riquísimo modo de acercarnos al fenómeno del arco iris -no uno mejor, simplemente uno diferente- en el que se nos abre la posibilidad de apreciar un modo novedoso de belleza, un tipo de asombro al que antes no habíamos podido acceder. En este sentido el intento de Dawkins de pensar a la ciencia de un modo distinto al modo tradicional me parece, aunque observable, muy valioso.

domingo, 12 de julio de 2009

Ciencia, Arte y Asombro: giros pluralistas (incompletos)

Quisiera comenzar con el tema en el que se ha centrado mi interés en estos días. Ando investigando y reflexionando sobre cómo se tendría que concebir al arte y a la ciencia en tanto que fuentes de asombro. Lo normal sería que pensemos en el arte como una fuente recurrente de asombro, como un lugar en el que el fin último no es tanto la investigación, sino la felicidad. Al contrario de esto, acerca de la ciencia se tendría que pensar más bien que es una fuente de sabiduría, de verdades de diferentes tipos que, más que felicidad y asombro, proveen información verificable. De este modo, relacionamos al arte con lo emocional o lo espiritual, y a la ciencia con lo intelectual o racional. Este es el dibujo estándar.

¿Dónde nace esta ruptura entre arte y ciencia? Ya para el siglo XVIII la Ilustración se había apoderado de Europa y la idea de que la razón era LA herramienta con la que el ser humano iría a encontrar el progreso o la verdad -ponle el nombre que quieras- había ganado gran popularidad. Esta racionalización de todos los aspectos de la vida provocó que nazca un radical opuesto, una tendencia que rechazaba todo germen de razón para reemplazarla con la emotividad de las artes, emotividad que no sólo representa un aspecto nuevo de la vida humana, sino que representa EL único aspecto importante, aquel que se refiere realmente al ser humano en un sentido más profundo. Este movimiento, con espíritu radicalmente opuesto al de la Ilustración, es el Romanticismo, que surge a finales del siglo XVIII y se asienta en el siglo XIX. Bajo las nuevas expresiones del Romanticismo se comienza a considerar a lo racional como frío y sin vida; la verdadera dimensión importante del ser humano se encuentra en lo emocional, en lo espiritual, es decir, no en la capacidad para aprender con el intelecto, sino en la capacidad para engrandecerse en el asombro estético. Así pues, ya aquí se marca claramente la diferenciación entre ciencia y arte. Una aboga por el conocimiento claro y racional, y la otra aboga por el asombro profundo y espiritual del ser humano. Una acusa a la otra de abstracta y mística, y esta acusa a la otra de fría, muerta y deshumanizada.

Ya en el siglo XX es claro que estas dos corrientes influencian en el pensamiento de muchos filósofos. Por un lado es claro que el positivismo toma la posta de la actitud ilustrada, y pretende tratar clara y lógicamente cualquier problema que se le ponga en frente. No hay lugar para metáforas, para imaginación o para espiritualidades. Frente a esto también hay actitudes que buscan recuperar la dimensión estética de las cosas, dándole a ella más importancia que a lo intelectual. No hay, sin embargo, el radicalismo de antes. Un ejemplo del último tipo es Wittgenstein, quien realiza una filosofía en la que apela a la imaginación y al aspecto estético de las cosas. Wittgenstein es un clásico opositor al intelectualismo y al cientificismo. Lo que él procura es dar un giro pluralista que sepa resaltar una sabiduría que se encuentra en el arte, y que no es posible encontrar en la ciencia. Este es un giro que, en su filosofía, es tan importante como el giro lingüístico que también da, pero que sin embargo es poco reconocido. Así, en el aforismo 194 de ‘Cultura y Valor’ Wittgenstein opone a la ciencia y al arte como fuentes de aprendizaje y de felicidad respectivamente. A partir de esto, lo que él se dispone a decir es que no sólo en la ciencia se aprende, sino que en el arte también reside un modo especial de aprendizaje.

El problema con Wittgenstein es que él suele, demasiado rápido y en demasiadas ocasiones, abandonar a la ciencia a un tipo de sabiduría fría que puede ser útil para ciertas cosas (que a él no le interesan), pero que no provee felicidad. Así, Wittgenstein no se contenta con criticar la actitud eurocéntrica e intelectualista con la que el antropólogo James Frazer trata los rituales mágico-religiosos de las culturas primitivas, sino que además lo acusa de tener una “vida de espíritu” estrecha, lo que podríamos traducir como el tener una vida bastante carente de asombro y por lo tanto carente de sincera felicidad. Así, en ‘Cultura y Valor’, dirá, en aforismos como el 28, que la ciencia es un medio que únicamente adormece al asombro; o, como en el 321, que la sabiduría (en donde 'sabiduría', dentro de la filosofía wittgensteniana, está totalmente relacionada con el intelectualismo y el cientificismo) es algo frío y encubridor de lo realmente valioso en la vida. Aquí Wittgenstein, aunque sin caer en su radicalidad, recobra la actitud romántica que considera a la sabiduría científica como algo lejano al ser humano e inservible para su felicidad.

El giro pluralista hecho por Wittgenstein no es entonces un giro completo. A mi juicio, Wittgenstein no termina nunca de desprenderse de ciertos prejuicios antimodernos que rechazan toda noción de teoría, de sistema, de explicación, de racionalidad. Wittgenstein saca a la luz un aspecto importantísimo para dar el giro pluralista, a saber, el que ve en el arte algo más que asombro y alucinación emocional, para -a diferencia de la tradición romántica- encontrar una sabiduría particular en lo estético. Sin embargo, para terminar de dar el giro completo haría falta no sólo comenzar a ver al arte como una fuente de sabiduría, sino además, comenzar a ver a la ciencia como una auténtica fuente de felicidad y asombro. Un giro pluralista completo tendría que saber encontrarse con los particularísimos (con las singularidades vertiginosas) modos de concebir a la sabiduría y al asombro, al aprendizaje y a la felicidad, a lo intelectual y a lo espiritual en los lenguajes de la ciencia y del arte. Esto supone, así mismo, dejar de pensar en estas dos disciplinas como dos entes separados y divorciados por sus objetivos, ellos están más cercanos de lo que siempre se ha pensado. ¿Es posible acaso acercarse de un modo total y puramente intelectual a un fenómeno? Claro que no; siempre, por la naturaleza compleja que tiene el ser humano, nos acercamos a la realidad a partir ambos aspectos, el racional y el emocional, el intelectual y el espiritual. Dos aspectos que no existen realmente separados el uno del otro, sino que están en mutua interacción y mezcla todo el tiempo (como ya lo apuntaría Platón en el Filebo).

La tendencia actual es la de seguir a Wittgenstein en su rechazo a la ciencia como algo de lo que no se puede obtener felicidad. Hace falta abrir los ojos a un nuevo modo de comprender a la ciencia. Un buen instigador de esta nueva actitud es Richard Dawkins, quien procura siempre hacer ciencia apelando a la imaginación y a las descripciones metafóricas, partiendo del asombro y dirigiéndose hacia asombro, que no tiene otro fin que el de la felicidad, negada tantas veces a la disciplina científica. Ya luego me referiré al trabajo que hace en este sentido Dawkins.

sábado, 11 de julio de 2009

Preludios vertiginosos

Bueno, con la intención de dedicar un espacio un poco más especializado a reflexiones de tipo filosófico, abro este blog para ver qué nace y qué muere en él. Espero ser lo suficientemente constante como para mantenerlo en movimiento, como para no dejar que se enfríe. El título del blog lo saco de una expresión de Richard Dawkins, uno de mis pensadores contemporáneos favoritos. Bien podría haber escogido alguna expresión de Wittgenstein, de Nietzsche, de Platón o de Davidson, algunos otros de mis pensadores preferidos, pero la expresión de Dawkins -ubicada en el prólogo de su libro ‘Destejiendo el Arco Iris’- abarca muy bien el espíritu con el que pienso la filosofía en estos días. Más allá de algún afán por llegar a algún tipo de verdad, por llegar a un acuerdo general, o a alguna noción básica de progreso, me gusta pensar la filosofía como un modo de vivir en un constante cambio y movimiento que no tiene otro fin que el de la felicidad. Si yo me dedico a la filosofía es únicamente porque he descubierto que en ella, en la constante reflexión, discusión y cuestionamiento, soy feliz. Aquí funciona pues la noción wittgensteniana de la filosofía como terapia sobre uno mismo, más que como disciplina teórica.

Este tipo de actividad se desliga de todo intento de objetividad; como dije antes, mi propósito no es convencer a nadie de nada, ni tomar posiciones que impliquen el rechazo rotundo de otras posibilidades. Mi intención es ir en busca de la riqueza que reside en cada uno de los aspectos a partir de los que se puede plantear un problema. Ir en busca de esas riquezas, siempre múltiples, siempre únicas, siempre cambiantes, es ir en busca de singularidades que guardan en sí profundidades de alcances que -hasta ahora- pocos se animan a interiorizar. ‘Singularidades vertiginosas’ que están en cada aspecto de la vida, desde el más básico hasta el más complejo. Una pluralidad plena supone eso, el saber apreciar los múltiples valores de cada aspecto. Esto supone entonces que mi acercamiento a los problemas filosóficos tienen factores tanto intelectuales como emocionales, o espirituales. Suelo tomar tesis fuertes y defenderlas con ímpetu. Pero ello no significa que pretendo tener la verdad, creo estar totalmente abierto al cambio y ser totalmente conciente de la falibilidad de mis pensamientos. Cuando expreso un punto de vista no simplemente lo hago desde un aspecto intelectual, lo hago más bien, sobre todo, con una emotividad muy profunda y con un asombro constante por la complejidad que reside en cada interpretación que se pueda hacer en la filosofía.

Esto significa que no considero a la filosofía como una disciplina privilegiada frente a las demás. Por ello es probable que más de una vez concentre mis post en alguna otra disciplina que no sea la filosofía, aunque creo que me es natural acercarme a todo problema desde un punto de vista filosófico. Mis intereses en la filosofía son, como en todos, muy variados. Pero si tuviera que nombrar los campos en los que normalmente me encuentro moviendo, estos tendrían que ser la filosofía del lenguaje, la filosofía de la ciencia, la estética y la filosofía política. Temas éticos también son recurrentes, pero siempre teniendo como base alguna, o más de una a la vez, de las corrientes que he nombrado.

Dejo esto aquí, ya veremos qué más viene.