lunes, 7 de septiembre de 2009

Eudaimonía aristotélica

Teniendo en cuenta que la ética de Aristóteles es esencialmente una ética de la eudaimonía (es decir, una ética de la felicidad, siendo esta su noción más importante a aclarar y alcanzar), probablemente la más evidente y grande contradicción que se podría encontrar en ella es la siguiente: por un lado, Aristóteles anuncia a lo largo de toda la Ética a Nicómaco [E.N.] que la felicidad es el fin supremo del ser humano, y que llegar a ella no significa aplicarse en métodos teóricos que se sustraigan de la vida concreta, siempre inmersa en la multiplicidad y complejidad de contextos y en el cambio, sino que para alcanzar el fin supremo habría que formarse como un hombre virtuoso y en constante aplicación de las virtudes que le permitan deliberar y tomar las decisiones más adecuadas de acuerdo al contexto. Esta, por supuesto, es una ética que abarca a todo ser humano, pues todos tendrán un modo de entender al bien de acuerdo a la situación en la que se encuentren. Acá, son múltiples las virtudes que se ponen en práctica para lograr la vida buena. Es en este sentido que Aristóteles rechaza la idea platónica del Bien, ya que ella se sustrae de lo concreto en la praxis humana[1].

Pero por otro lado, Aristóteles anuncia, en el último libro de la E.N., que la felicidad perfecta es aquella que es conforme a la virtud más excelente, es decir, a la vida teorética. Esto significa que no todas las actividades son válidas para alcanzar la felicidad perfecta de la que se habla en toda la E.N. hasta el libro IX, sino que la actividad teorética, aquella que realiza el filósofo, es la que permite el acceso a la más perfecta felicidad, y por lo tanto a la vida moralmente más buena. Esto, por supuesto, parece ir en contra del contextualismo mostrado a lo largo de toda la É.N., y parece más bien contradecirse con la preocupación por la práctica que antes se había revelado. Ahora, se ensalza a la teoría, a la vida dedicada a la contemplación epistemológica. Aquí también se estaría mostrando una contradicción con lo dicho antes por Aristóteles, acerca de que el verdadero hombre virtuoso (y por lo tanto el hombre feliz) no es aquel que posee una sola virtud, sino que puede poner en práctica todas las virtudes, teniendo una noción mucho más holista de ellas, en donde cada una depende de todas las demás. Lo que se estaría diciendo, por el contrario, en el libro X de la E.N., es que aquel que está dedicado a la actividad teorética no parece necesitar de las demás virtudes, pues tal actividad es la más autosuficiente y la que menos necesita de los bienes externos. Y aun si se dijera que para dedicarse a la vida teorética sí es necesario haber alcanzado todas las demás virtudes, es claro que por la forma en como Aristóteles caracteriza a este hombre teórico (solitario, sin necesidad de muchos amigos, sumergido continuamente en la contemplación), no las va a poner en práctica (¿y se puede decir acaso que una virtud no puesta en práctica es una virtud que realmente se posee?). Así mismo, Aristóteles dice explícitamente, al iniciar el capítulo 8 del libro X, que la vida conforme a las virtudes diferentes a la teorética es una vida secundaria (deutéros), y que por lo tanto alcanza una felicidad únicamente secundaria.

Hay que aclarar, sin embargo, que Aristóteles no está anunciando aquí que el filósofo (el sujeto que realiza la actividad teorética) alcanza una felicidad casi divina. Aristóteles se encarga muy bien de aclarar que la vida teorética no puede estar absolutamente desligada de las demás actividades, tal es sólo cosa de dioses, ya que el ser humano necesita para su más básica supervivencia de bienes exteriores. Aunque, a pesar de esto, sí se dice que la actividad teorética -la actividad de la razón- es, si no un modo de divinidad en el ser humano, lo más cercano a la divinidad que hay en él. Y es en este punto en donde podemos introducir el claro motivo por el que Aristóteles parece caer en la contradicción que cae. Hay en Aristóteles, como lo anuncian MacIntyre[2] y Gómez Robledo[3], restos de pensamiento teleológico que subyacen a toda su ética y que provocan que el estagirita vaya, en más de una ocasión, más allá de su preocupación por lo contextual y lo práctico; preocupación que a nosotros, inevitablemente, nos suena tan propia de estos tiempos post-metafísicos.

Cabe decir, entonces, que son tales presupuestos teleológicos los que provocan la contradicción en la que -a mi juicio- cae evidentemente Aristóteles. Aun así, cabría proponer dos posibles intentos de conciliación entre las dos concepciones de la eudaimonía que se muestran en la E.N. Por un lado, está el intento de Amelie Rorty[4] de ver en la vida del hombre prudente aristotélico saber de qué es lo bueno y qué es lo hay que hacer para alcanzarlo, mientras que el hombre teorético lo que hace es saber porqué algo es bueno, es decir, porqué actúa como actúa el hombre prudente. Se estaría hablando simplemente de dos sentidos distintos en los que Aristóteles se estaría acercando a la vida buena. Esto me lleva al segundo intento de conciliación: cuando Aristóteles dice que la vida dedicada a la actividad teorética es más feliz (eúdaimonéstatos) que la vida dedicada a las demás virtudes, no está haciendo una diferencia de grado, sino una diferencia de calidad. Es decir, no se está indicando que el hombre teorético sea simplemente más feliz y por lo tanto tenga una vida moralmente más buena que el hombre dedicado a las demás virtudes, sino que se está indicando que el hombre teorético tiene una vida de distinta calidad que la vida del hombre prudente. Por lo tanto, este último también es moralmente bueno e inteligente, pero en otro sentido, mientras que el teorético es feliz no en mayor grado, sino en mayor calidad, siendo esta una conclusión comprensible en un hombre dedicado a la vida teorética.

Ahora bien, ¿salvan la contradicción los dos anteriores intentos de conciliación? Me parece que no en su totalidad, y que, aunque permiten una lectura más clara de lo dicho por Aristóteles, siguen mostrando cómo la preocupación por lo contextual y por lo práctico queda hecha a un lado en el último libro de la E.N., y cómo la actividad teorética es considerada demasiado elevada con respecto a las demás actividades del hombre, casi desautorizando lo dicho anteriormente sobre la multiplicidad de posibilidades en que puede ser entendida la palabra ‘bien’[5]. (Lo cual, por supuesto, no significa que la ética Aristotélica deje de carecer de valor para nosotros.) Esto, sin embargo, como ya dije antes, se comprende si es que no se deja de pensar en el fondo teleológico que subyace a la filosofía de Aristóteles.

[1] E.N. I 6, 1097 a 5: “no es fácil ver qué provecho sacarán para su arte el tejedor o el carpintero de conocer el Bien en sí, o cómo podría ser mejor médico o mejor general el que haya contemplado esta idea.”
[2] En: Tras la virtud, Barcelona: Crítica, 2004.
[3] En: Ensayo sobre las virtudes intelectuales, México: Fondo de Cultura Económica, 1986.
[4] En: The Place of Contemplation in Aristotle’s Nicomachean Etichis, en Essays on Aristotl’s Ethics.
[5] “la palabra ‘bien’ se emplea en tantos sentidos como la palabra ‘ser’” dice Aristóteles en: E.N. I 6, 1096 a 25