Como dije en el
post anterior, quisiera ahora revisar varias formas artísticas que considere que pudieran ser en sí mismas, de uno u otro modo, expresiones de la cotidianeidad. Y he decidido empezar a partir de una noción básica sobre el cine que tiene el filósofo norteamericano Stanley Cavell, en donde busca pensar explícitamente al cine como una expresión de la cotidianeidad. Así pues, será necesario que haga primero una ligera introducción de la filosofía del cine de Cavell, para comprender en qué sentido se relaciona a lo cotidiano con el arte cinematográfico.
La primera clara relación que hace Cavell, entre la
experiencia del cine y la
experiencia de lo cotidiano, tiene que ver con el hecho de que en ambos casos se tiene una vivencia sobre algo que está en constante movimiento, en constante evanescencia que, sin embargo, a la vez permanece. Es en este sentido que Cavell apunta cómo el recuerdo que tenemos de una película no es muy diferente al recuerdo que tenemos de un evento de la vida real: ambos recuerdos se dan en fragmentos, desordenadamente, dándole más importancia a unas cosas que a otras. Así pues, la descripción que hacemos cuando recordamos una película no es tan diferente a la descripción que hacemos cuando contamos un evento que nos ha ocurrido en la vida cotidiana.
A partir de estas consideraciones, lo que busca Cavell es pensar en cómo la experiencia del cine puede ser tomada como herramienta principal para una reflexión moral; al fin y al cabo, la pregunta fundamental que Cavell se hace es: “
El cine, ¿puede hacernos mejores?”.
Hay dos puntos de apoyo a partir de los que Cavell pretende realizar su reflexión (dos puntos que desarrollaré muy -
muy- sucintamente aquí). Uno de ellos es aquello que Cavell denomina el ‘perfeccionismo’ de Emerson
[1]: una filosofía moral que tendría como preocupación central el interés sobre uno mismo que debe tener una persona, el interés por lo propio en tanto que muestra de sinceridad con uno mismo: rechazo al cinismo. La transformación moral que aquí se exige requiere un crecimiento que no se proyecta hacia lo externo, sino hacia lo interno, un engrandecerse hacia adentro; un ‘retorno a sí mismo’. Es decir, un conocimiento sincero de sí mismo. Y para Cavell el lugar en donde uno se encuentra a sí mismo es la vida cotidiana, concreta, ordinaria. Es allí donde nos hacemos y nos encontramos. Ya está aquí planteado el otro punto de apoyo de Cavell: las filosofías de Wittgenstein y Austin, de quienes rescata la reconducción a lo cotidiano, y el alejamiento de la ilusión de lo trascendental, de lo que nos aleja de nosotros mismos.
Así pues, para Cavell el cine es el instrumento ideal para lograr este encuentro consigo mismo en lo cotidiano, esta mejoría sincera. El cine tiene la habilidad de mostrarnos la imagen de nuestra vida ordinaria, de confrontarnos con aquello que normalmente no recibe nuestra atención: la vida cotidiana, en donde reside el núcleo de lo que somos, de nuestra moralidad. Las descripciones que hacemos de una película cobran aquí gran importancia, en tanto que en ellas nos ejercitamos para el conocimiento de nuestra propia vida concreta y cotidiana. Sin embargo, hay películas que Cavell resalta por sobre otras, por la capacidad que tienen para mostrarnos una estructura narrativa que grafica el proceso que vive la persona que, hoy en día, se ve obligada a olvidarse de los ideales, de las verdades esenciales, y se encuentra con lo cotidiano, con lo desmitificado, con lo que no tiene un sentido trascendental y absoluto, con lo que parece hundirnos en un nihilismo desganado y desinteresado. Tales son las películas hollywoodenses de mediados del siglo XX (1934 -1949) que Cavell denomina como “comedias de enredo matrimonial”. En tales películas se nos muestra el siguiente proceso narrativo: una pareja se separa, pasa por una crisis, y luego vuelve a unirse y a reconciliarse. Lo que se grafica allí es el proceso que se sigue cuando se entra en conciencia de que el mundo ha dejado de tener grandes ideales: se cae en un apático escepticismo hacia la vida (en la película, la persona se separa de la pareja y pasa por una crisis personal). Luego, es necesario salir de ese escepticismo aceptando las nuevas condiciones no trascendentales (desmitificadas) de la vida, admitiendo que aquel lugar en donde se da el sentido de nuestra existencia no es otro que la imperfecta, limitada e inestable cotidianeidad (en la película, reconciliación con la pareja). Así pues, las reconciliaciones de parejas que vemos en las películas denominadas como “comedias de enredo matrimonial” no son un retorno a la situación anterior a la separación y crisis, son más bien una creación de una nueva concepción de la realidad, en donde la búsqueda de un bienestar desligado de lo cotidiano ya no tiene ningún sentido.
Además, en tales películas Cavell resalta la presencia de gran cantidad de diálogos profundos, pero a la vez cotidianos y ordinarios, en donde no se busca solucionar problemas morales con afirmaciones o negaciones categóricas, sino que simplemente se busca comprender el problema, enfrentarlo y aceptarlo como algo que es parte de nuestra realidad. Esto supone una recuperación de uno mismo, un progreso que no alcanza niveles superiores, sino que se reconcilia con lo propio, y escapa de la desesperanza generada por el escepticismo, formando un nuevo y sincero interés por uno mismo.
A continuación, un clip de ‘
The Philadelphia Story’ (1940) de George Cukor, una de las películas que ingresan en el grupo de “comedias de enredo matrimonial” que resalta Cavell. Nótese aquí el intenso diálogo entre los personajes, cargado de contradicciones, complejo en su continuidad, aquí se superponen las palabras, hay más desorden que un verdadero acuerdo. Cavell describe los diálogos que se pueden encontrar en estas películas como “conversaciones espirituales, pero también confrontaciones y cuestionamientos morales habituales –casi como si las perplejidades de las condiciones de la vida moral ordinaria, las cuestiones vinculadas con la igualdad o los conflictos entre la inclinación y el deber, o entre diferentes deberes, o entre los medios y fines, no plantearan ninguna dificultad intelectual a esas personas”
[2]:
En otra película de Cukor (‘Adam’s rib’) Cavell resalta la escena en la que Amanda, tras ser abandonada por su esposo, y tras haberle ganado un caso en la corte (ambos son abogados), conversa con su vecino, que no hace más que intentar acercarse a ella amorosamente. Amanda no le presta ninguna atención al vecino, habla y habla sin conmoverse en absoluto por sus avances hacia ella. Cavell resalta lo que ocurre en el minuto 7:19 del siguiente clip: “Cuando el vecino sugiere que Adam tan sólo está un poco enojado porque perdió contra ella en la corte, Amanda le dirige una áspera mirada de desdén y prosigue con su parrafada”[3]. Esto es resaltado porque allí se muestra cómo la aprobación o censura moral de las cosas no está en juego. No interesa juzgar, se vive más allá de los imperativos morales, tal y como ocurre en la vida cotidiana. Lo mismo ocurre cuando Amanda se pregunta qué es lo que hace funcionar a un matrimonio, no hay respuestas, sólo preguntas, dudas, imperfección. Estas son ‘conversaciones morales’ que no buscan ni explicar ni juzgar, simplemente tener la experiencia, encontrarse en la vida cotidiana, compleja e incierta. La conversación de la que acá hablo comienza en el minuto 5:22 del siguiente clip:
Para Cavell el encuentro con lo cotidiano en el cine es el encuentro con una posibilidad de mejorarnos a nosotros mismos. Estas películas son "pequeños laboratorios para estudiar la conversación moral" en donde nos encontramos con ejemplos de nuestra propia vida cotidiana, no para seguirlos o juzgarlos, sino simplemente para observarlos, para describirlos y reinsertarnos a través de ellos en la aceptación de nuestra naturaleza imperfecta, limitada y cambiante, de nuestra naturaleza cotidiana- no idealizada: no cínica.
[1] Otra referencia importante para Cavell es Thoreau, pero mis conocimientos de tal autor son inexistentes, por lo que prefiero no calumniarlo hablando de él aquí.
[2] S. Cavell, en ‘El cine, ¿puede hacernos mejores?’, p.100.
[3] Ibid., p. 101.