domingo, 23 de agosto de 2009

Platón, Aristóteles y Wittgenstein en la noción del aprendizaje

En un post anterior me referí a la educación de la virtudes tal y como es entendida en la ética aristotélica. Decía allí que, considerando la definición que Aristóteles hace sobre las virtudes -como hábitos de elección-, había que pensar en la formación del hombre virtuoso como en una educación que reconfigure a los deseos, a las pasiones, a las tendencias y a los hábitos, para que se dirijan naturalmente hacia aquellas cosas que son propias de la vida moralmente buena -y por lo tanto, de la vida feliz: el fin último de la ética aristotélica. Esto se opone a la noción de que la razón debería actuar en el ser humano como una especie de guardián regulador de las pasiones, obligando a que se dirijan siempre a las decisiones correctas, limitándolas y restringiéndolas si es que se oponen a lo moralmente bueno. Lo que aquí se quiere decir es que la educación aristotélica no pretende restringir, sino que pretende reformar, para que el acto bueno no sea una obligación sino algo natural de la acción cotidiana de los sujetos.

La idea de que el ser humano debe educarse dominando los excesos de sus pasiones es clásica en toda la cultura griega antigua. Ya la noción temprana de hybris se entendía como algo que invitaba al ser humano a trascender sus límites y excederse en la búsqueda de cosas que no le correspondían de acuerdo a su naturaleza. Lo que debía hacer el ser humano ejemplar es dominarse y actuar de acuerdo a la mesura que reclamaban los dioses, siempre exigentes de la conciencia humana de sus limitaciones y de su pequeñez frente a la divinidad. (Esto, por ejemplo, se encuentra también en el relato bíblico del jardín del Edén, en donde Yavé pide a Adán y a Eva que no coman el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, ya que no pertenece a ellos la misión de poseer un conocimiento de tal tipo.[1])

Esta idea del dominio racional de las pasiones está muy presente en Platón, quien insiste muchas veces en que el buen hombre es aquel que no se deja llevar por sus impulsos, obedeciendo más bien al mando de la razón, que lo insta siempre a mantenerse dentro de los límites de lo moderado. En el Protágoras, Platón incluso intenta postular una especie de ciencia de la medida que sirva a los sujetos para que sepan cómo actuar siempre de acuerdo a la medida correcta de lo hechos[2]. Sin embargo, ya para sus últimos diálogos Platón da un giro a muchas de sus antiguas nociones. La idea de que el hombre valioso es aquel que no se deja llevar por sus pasiones sigue presente, pero ya no estoy tan seguro de que se siga postulando enteramente la idea de que para lograr tal objetivo se deba recurrir a un dominio que restrinja las pasiones. Prestemos atención, sino, a este pasaje del libro I de Leyes, en donde se habla sobre la educación:

“Digo y sostengo que el hombre que ha de ser bueno en cualquier cosa debe ejercitarse directamente desde la infancia, jugando y actuando seriamente en cada una de las cosas convenientes al asunto. Por ejemplo, el que va a ser un buen labrador o un buen arquitecto: uno debe jugar construyendo alguna de las viviendas que hacen los niños, el otro, por su parte, debe jugar a labrar. El que los cría debe proveer a cada uno de pequeños instrumentos, copias de los verdaderos -y, en especial, deben aprender todo cuanto sea necesario saber previamente, como, por ejemplo, en el caso del carpintero a medir y calcular y en el del guerrero a montar a caballo, jugando, o a hacer alguna otra cosa semejante-, y debe intentar volver los placeres y deseos de los niños a través de juegos hacia la meta que ellos mismos alcanzarán cuando hayan madurado. En resumen, decimos que la educación es la crianza correcta que conducirá en mayor medida el alma del que juega al amor de aquello en lo que, una vez hecho hombre, él mismo deberá ser perfecto en la especificidad de la cosa.”[3]

Me parece que aquí se muestra una cara diferente de la filosofía platónica, en donde no se pone énfasis en las reglas que debe seguir el hombre virtuoso en alguna actividad, sino en la educación que él debe recibir para que actúe naturalmente y con amor por aquello que realiza. Creo que aquí Platón se acerca a lo que después expresó Aristóteles, coincidiendo con este en que la excelencia (la virtud perfecta) se forma únicamente en la educación que busca moldear a las pasiones, a las disposiciones, al “alma” del sujeto, acostumbrándolo a actuar de forma natural, habituándolo de modo que se dirija hacia lo bueno sin necesidad de refrenar algún impulso interno. Creo que la filosofía del Platón tardío da un giro en este sentido, cobrando conciencia de la complejidad y de la contextualidad del ser humano, reformando ideas expresadas en diálogos más tempranos (creo encontrar ejemplos de la nueva conciencia platónica de la complejidad y la contextualidad del ser humano en diálogos como El Político o El Filebo, de los que espero hablar en entradas posteriores).

Así, mientras que Aristóteles hace énfasis en la formación de la virtud en la práctica concreta, Platón resalta el aspecto lúdico del aprendizaje, identificando en el juego a los elementos necesarios para que el ser humano se vaya adecuando naturalmente no sólo a la forma correcta de realizar una actividad, sino también -y sobretodo- a la formación de un amor natural por tal actividad. Y me siento tentado ahora a relacionar esto con una noción más contemporánea del aprendizaje: la wittgensteniana, que apunta al juego como un modo natural de formar en el ser humano rutinas de acción, generándose a sí mismo la conciencia implícita de modos de moverse en el mundo, en el lenguaje, en los diferentes contextos. Así pues, Wittgenstein recurre una y otra vez al ejemplo del juego del ajedrez para graficar cómo los seres humanos aprenden a desenvolverse en la gramática del lenguaje que van aprendiendo -no refiriendo aquí con ‘gramática’ simplemente a las reglas de coherencia del lenguaje, sino más bien a todos aquellos hábitos que se aprenden conjuntamente a la expresión de alguna palabra o alguna expresión; hábitos como la gestualidad, las circunstancias adecuadas en las que se dice una expresión, los demás significados y sentidos que están presupuestos en la comprensión de una palabra, etc. Entonces, no es raro que Wittgenstein haya decidido llamar ‘juegos de lenguaje’ a los diferentes modos en los que los sujetos usan las palabras. Cuando Wittgenstein se refiere a los ‘juegos de lenguaje’ está haciendo énfasis en que el lenguaje no es aprendido a partir de reglas, sino a partir de una configuración y reconfiguración de modos de actuar y de desenvolverse en diferentes contextos, en donde la reestructuración de los hábitos de un lenguaje puede darse en cualquier momento, de acuerdo a cómo se mueve y cómo cambia el sentido en que son expresadas las palabras en diferentes contextos.

Ahora bien, la diferencia esencial entre Platón-Aristóteles y Wittgenstein es que los primeros postulan sus nociones de aprendizaje a modo de una convicción de que tal es el mejor consejo a seguir para que la educación sea correcta. Wittgenstein, más bien, postula su noción del aprendizaje como una descripción del modo factual en que se da el aprendizaje. Para Wittgenstein tal no es el mejor modo de aprender, para él tal es el mejor modo de entender cómo se aprende. Esto, por supuesto, no significa que los puntos de vista de los primeros no se puedan aprovechar para el punto de vista más contemporáneo. No hay ni contradicción ni evolución en ningún sentido, a mi juicio. Me parece que ambas nociones -la de la recomendación de la educación como un ejercitamiento de hábitos, y la de la descripción de la educación como un ejercitamiento de hábitos- no hacen más que complementarse y generar una comprensión más rica del tema. Y bueno, lo dejo ahí, que esto ya se está haciendo muy largo. Lo que deseaba era sentar un precedente para una posterior reflexión sobre la importancia de una buena comprensión y aplicación de la educación, en donde me basaré en los puntos de vista aquí expuestos, y -probablemente- en algunos otros más que ya iré aclarando.


[1] “Puedes comer todo lo que quieras de los árboles del jardín, pero no comerás del árbol de la Ciencia del bien y del mal. El día que comas de él, ten la seguridad que morirás.” Gén 2, 16 y 17.
[2] Protágoras, 357a
[3] Leyes I, 623 b-d. La traducción es de F.Lisi, y el subrayado es mío.

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