domingo, 22 de noviembre de 2009

Censura invisible y sociedad irreflexiva

Estuve leyendo un muy interesante artículo de Ignacio Ramonet titulado ‘Prensa, Poderes y Democracia[1], en el que reflexiona sobre la actual condición de la información que recibimos de los medios de prensa, y cómo la censura ha cobrado un nuevo papel en ese panorama. Me interesa expresar algunas de las reflexiones que me generaron las tesis de Ramonet.

Es importante empezar analizando cómo es que la información funciona hoy en día, es decir, cómo se genera, desde dónde y cómo nos llega. La forma en que se obtiene y se genera información ha cambiado radicalmente en los últimos años; la tecnología ha provocado que la información sea cada vez más abundante y más desordenada, partiendo de múltiples perspectivas y llegando en múltiples formatos. La prensa escrita, la radio y la televisión tienen como apoyo medios tecnológicos que les permiten ser mucho más rápidos: la información nunca para de buscarse, o de generarse. Un caso especial es el de la Internet: no simplemente las páginas de los medios informativos generan información inmediata y abundante, sino además fenómenos como los blogs han permitido que todas y cada una de las personas puedan ser exploradores y generadores de información. Además, opciones como las del Twitter o el Facebook permiten que esa información viaje más rápido que nunca en todas direcciones. La información de hoy es ‘superabundante’, y está en un total descontrol, ya no hay medio posible para poder ordenar los enormes caudales de información que recibimos minuto por minuto. “Están el aire, el agua de los océanos y la información. Nada es más abundante.”[2]

Frente a este panorama, Ramonet se pregunta qué ha pasado con el fenómeno de la censura, aquel que suprimía, amputaba, prohibía y escondía la información que no le era conveniente a algún gobierno o a alguna fuente de poder. Hoy en día, es claro que la información no puede ser reprimida, ya no se la puede controlar, ya no se puede pretender esconder del todo un fragmento de la información que nos llega: para cuando se quiera hacerlo, probablemente la información ya habrá viajado a miles de lugares inalcanzables. ¿Ha desaparecido entonces la censura? ¿Nos libramos al fin de aquel monstruo domador de libertades? Evidentemente, no. Hoy la censura ha cambiado de cara, ha mutado de acuerdo a las nuevas circunstancias: se ha adaptado. El instrumento de control se sumerge en el descontrol, se alía con él: “la censura no funciona hoy suprimiendo, amputando, prohibiendo, cortando. Funciona al contrario: funciona por demasía, por acumulación, por asfixia. ¿Cómo ocultan hoy la información? Por un gran aporte de ésta: la información se oculta porque hay demasiada para consumir, y por tanto, no se percibe la que falta.”[3]

Esto quiere decir que la censura actual es invisible; ya no se te pone en frente para mostrarte todo su poder de dominación, ahora se esconde en el desorden, en la ‘superabundancia’ de información. Frente a una información inconveniente, lo que se hace es generar otra información que distraiga, que haga que la mirada gire repentinamente de rumbo para que lo inconveniente quede olvidado. Esto, por supuesto, nos suena muy familiar a los peruanos y de seguro a toda Latinoamérica. Este tipo de censura, que controla a partir del descontrol, que esconde mientras distrae, toma cuerpo en nuestro contexto en lo que conocemos como ‘cortinas de humo’. Y la pregunta que surge es, por supuesto, la siguiente: ¿es posible controlar a este nuevo tipo de censura?, ¿cómo la controlamos, si está escondida en medio del descontrol de la información?

Se suelen denunciar algunas informaciones de las que se sospecha que son ‘cortinas de humo’, se suele dar la alerta y mostrar la queja indignada. Sin embargo, de uno u otro modo, siempre queda la sensación de que la censura invisible se ha salido con la suya, de que realmente se ha logrado distraer a los medios de comunicación y a la gente, provocando que dirijan su atención hacia otro lugar. ¿Valen de algo, entonces, nuestras quejas, nuestras denuncias? ¿A quién culpamos: a gobernantes o a medios periodísticos? No, el problema, a mi juicio, es mucho más hondo.

Una censura de este tipo confía en algo muy puntual: la sociedad en la que funciona es profundamente distraída e irreflexiva. Quiero decir, una censura invisible, que cambia información por información, funciona tan eficazmente únicamente gracias a que los sujetos a los que se dirige no están en capacidad para reflexionar y participar activamente en los problemas públicos de su comunidad. Estamos (mal) educados de modo que funcionamos con una actitud absolutamente pasiva. No estamos dispuestos a discutir activamente sobre temas políticos, institucionales o éticos que influyen directamente en nuestros modos de vida. Lamentablemente, nos hemos acostumbrado a, frente a un tema político[4], voltear la cara y afirmar con orgullo que tal cosa no nos interesa, que no opinamos sobre ello porque no estamos dispuestos a darnos tan grande molestia. No tomamos nuestra responsabilidad, no nos comprometemos con la comunidad en la que nos conformamos como los sujetos que somos.

Creo que si fuéramos ciudadanos más dispuestos a participar activamente de los temas públicos que conciernen a nuestra comunidad, estaríamos mucho menos expuestos al nuevo tipo de censura al que se ha hecho mención aquí. Es necesario que formemos ciudadanos más reflexivos, más abiertos a la discusión, al diálogo sobre temas que son parte de nuestra vida en sociedad. Estamos dañados por un serio déficit de atención, por una seria enfermedad del desinterés, del desgano. Ser más reflexivos con lo que nos rodea significa no sólo ser más responsables, sino además ser más concientes de quiénes somos: tener un mejor conocimiento de nosotros mismos, ser más sinceros con nuestra identidad, con nuestra existencia, ser más autónomos. Necesitamos formar ciudadanos que sepan participar activamente y de forma natural en su contexto político -lo cual no significa que todos nos lancemos a la presidencia o al congreso, significa simplemente que estemos concientes de lo que pasa a nuestro alrededor, para discutir sobre ello y con ello, para comprenderlo de un modo íntimo. No podemos simplemente girar la vista y dejar pasar nuestra responsabilidad de entrar en diálogo activo con nosotros mismos.


[1] En ‘La tiranía de la comunicación’, Barcelona: Debate, pp. 33 – 46.
[2] Ibid., p. 43
[3] Ibid., p.42-43
[4] Y aquí entiendo a lo político de un modo muy amplio, no simplemente el campo en el que la organización oficial de un Estado toma decisiones a través de ciertos agentes particulares. Aquí, lo político tiene un sentido, sobretodo, ético: todos participamos de la política en tanto que todos formamos parte de una sociedad organizada bajo ciertos presupuestos que son siempre discutibles desde adentro de la comunidad.

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