Comenzaré con una serie de post que giren en torno al cómic, estudiado como lenguaje estético complejo y autónomo. El primer texto que dejaré lo escribí hace ya varios meses, cuando aun no había leído nada sobre teoría del cómic, y más bien empezaba recién a incursionar en este arte:
A mi juicio, en el cómic es posible encontrar un lenguaje absolutamente diferente y sorprendente, como no se puede encontrar en otras manifestaciones artísticas (o no artísticas). Con mi aun poca experiencia, pienso que el cómic es un arte único, básicamente, por la siguiente razón: combina, de forma a veces complejísima, la experiencia de la percepción de imágenes con la experiencia de la lectura de textos. Estos son procesos básicos en el ser humano de comprensión, valoración e interpretación de la realidad. En ambos casos se da lugar a originales experiencias ontológicas con sus propias formas de interiorización y exteriorización: entro en contacto con una dimensión de la realidad que me nutre como sujeto, y a la vez yo nutro a esa realidad, configurándola según mis comprensiones e interpretaciones. Un dame que de doy mutuo, constante, interminable y en cada caso único. Pero el cómic no es simplemente una mezcla de estas dos formas de experiencia estética; el cómic, al compenetrar de formas tan especiales esos dos ámbitos, crea un nuevo evento estético en donde la imagen no puede separarse del texto, y en donde el texto deja de ser simple texto, para pasar a ser él mismo parte de la imagen. Estos dos básicos elementos, yuxtapuestos y compenetrados entre sí, configuran la base de un nuevo lenguaje que tiene sus propios, originales y hasta inefables fundamentos, modos de movimiento, de apertura, de limitación.
Hay un par de aspectos que me parecen fundamentales en este lenguaje particular del cómic: el silencio y lo estático. Ambos, según lo veo, constituyen los núcleos de la experiencia del cómic; es a partir de ellos que se abre la posibilidad de que la imaginación del lector juegue un papel importante al momento de la lectura. Acá, por supuesto, queda la tentación de pensar al silencio y a lo estático como dos vacíos que son rellenados por la imaginación, sin embargo la cuestión es mucho más compleja. La imaginación no simplemente ‘rellena’ estos espacios, precisamente porque no son espacios vacíos en ningún sentido; lo que ocurre, me parece, es que la imaginación interactúa con el cómic a partir de lo silencioso y lo estático, creándose así -para el lector- una autorepresentación especial de la obra artística, así como una relación particular con ella. Yo siento en estos dos elementos a algo así como la ventana única de este arte, la ventana en la que le es posible al lector entrar en una dimensión especial que no encontrará en algún otro lenguaje, no del modo en que acá se la encuentra. Ahora, como dije, se trata de una ventana, y en ella no se acaba la posibilidad del cómic; por el contrario, es a partir de ella que se abre la posibilidad de contar lo que se quiera contar en la obra.
A mi juicio, en el cómic es posible encontrar un lenguaje absolutamente diferente y sorprendente, como no se puede encontrar en otras manifestaciones artísticas (o no artísticas). Con mi aun poca experiencia, pienso que el cómic es un arte único, básicamente, por la siguiente razón: combina, de forma a veces complejísima, la experiencia de la percepción de imágenes con la experiencia de la lectura de textos. Estos son procesos básicos en el ser humano de comprensión, valoración e interpretación de la realidad. En ambos casos se da lugar a originales experiencias ontológicas con sus propias formas de interiorización y exteriorización: entro en contacto con una dimensión de la realidad que me nutre como sujeto, y a la vez yo nutro a esa realidad, configurándola según mis comprensiones e interpretaciones. Un dame que de doy mutuo, constante, interminable y en cada caso único. Pero el cómic no es simplemente una mezcla de estas dos formas de experiencia estética; el cómic, al compenetrar de formas tan especiales esos dos ámbitos, crea un nuevo evento estético en donde la imagen no puede separarse del texto, y en donde el texto deja de ser simple texto, para pasar a ser él mismo parte de la imagen. Estos dos básicos elementos, yuxtapuestos y compenetrados entre sí, configuran la base de un nuevo lenguaje que tiene sus propios, originales y hasta inefables fundamentos, modos de movimiento, de apertura, de limitación.
Hay un par de aspectos que me parecen fundamentales en este lenguaje particular del cómic: el silencio y lo estático. Ambos, según lo veo, constituyen los núcleos de la experiencia del cómic; es a partir de ellos que se abre la posibilidad de que la imaginación del lector juegue un papel importante al momento de la lectura. Acá, por supuesto, queda la tentación de pensar al silencio y a lo estático como dos vacíos que son rellenados por la imaginación, sin embargo la cuestión es mucho más compleja. La imaginación no simplemente ‘rellena’ estos espacios, precisamente porque no son espacios vacíos en ningún sentido; lo que ocurre, me parece, es que la imaginación interactúa con el cómic a partir de lo silencioso y lo estático, creándose así -para el lector- una autorepresentación especial de la obra artística, así como una relación particular con ella. Yo siento en estos dos elementos a algo así como la ventana única de este arte, la ventana en la que le es posible al lector entrar en una dimensión especial que no encontrará en algún otro lenguaje, no del modo en que acá se la encuentra. Ahora, como dije, se trata de una ventana, y en ella no se acaba la posibilidad del cómic; por el contrario, es a partir de ella que se abre la posibilidad de contar lo que se quiera contar en la obra.
Y ojo, que acá no sólo se trata de contar. Es decir, siempre he considerado que en el arte hay -de forma muy general- dos posibilidades básicas de expresión: el contar algo, y el mostrar algo. Hay obras que se dedican preferentemente a contarnos algo -no necesariamente en el sentido de relatarnos una historia con principio y fin, sino en el sentido de que hay más interés por ir diciendo cosas progresivamente, sea cual sea el objetivo (por ejemplo: Cien años de soledad de García Márquez o Paths of glory de Kubrick); y hay obras que se dedican más bien a mostrarnos algo -ya no hay estructura progresiva, sino que el objetivo parece estar en cada trozo de la obra (por ejemplo, cualquiera de la poesías tardías de Pizarnik o Las 4 estaciones de Vivaldi). (Esta diferencia entre el contar y el mostrar está obviamente influenciada por la diferencia entre el decir y el mostrar del Wittgenstein del Tractatus.) (Incluso, se me ocurre que podría pensarse la diferencia entre el contar y el mostrar en base a la diferencia entre la poiesis y la praxis de Aristóteles.) Ahora, aunque prácticamente todas las obras artísticas combinan estos dos aspectos del contar y el mostrar, hay algunas que lo hacen de un modo extraordinario, haciendo las dos cosas a la vez y en igual proporción magníficamente. Esto ocurre mucho en el cine y en la música. Pero me atrevo a decir que es talvez en el cómic en donde hay más facilidad para que se dé exitosamente esta combinación perfecta entre el contar y el mostrar. El lenguaje natural del cómic parece prestarse totalmente a que se haga realidad esta conjunción. Se cuenta algo en la progresión de viñetas, y a la vez no se deja de mostrar en cada imagen algo acabado. La magia nace en toda la progresión, y en cada uno de las viñetas. Este contar y mostrar a la vez del cómic es muestra de la riqueza de su lenguaje particular y complejísimo.
El cómic como experiencia estética nos abre entonces a posibilidades inimaginables en cualquier otro arte, no porque sea mejor, sino simplemente porque es diferente, porque cada arte tiene su propio modo de generar dimensiones ontológicas complejas y únicas. Modos que, por supuesto, van cambiando, se van transformando. Eso lo he sentido una y otra vez en el cómic. No es lo mismo leer la helada y profundísima crudeza de Spiegelman en Maus; o la oscuridad ácida y pesada del Batman de Miller; lo mismo ocurre con los Watchmen de Moore, en donde se vive -como en ningún otro lugar he encontrado- una auténtica guerra fría en cada segmento del cómic; o con el Eternauta de Oesterheld, que nos permite experimentar la tragedia del ser humano que resiste sabiéndose débil e insignificante frente al poder que sabe que no puede sacarse de encima.
El cómic como experiencia estética nos abre entonces a posibilidades inimaginables en cualquier otro arte, no porque sea mejor, sino simplemente porque es diferente, porque cada arte tiene su propio modo de generar dimensiones ontológicas complejas y únicas. Modos que, por supuesto, van cambiando, se van transformando. Eso lo he sentido una y otra vez en el cómic. No es lo mismo leer la helada y profundísima crudeza de Spiegelman en Maus; o la oscuridad ácida y pesada del Batman de Miller; lo mismo ocurre con los Watchmen de Moore, en donde se vive -como en ningún otro lugar he encontrado- una auténtica guerra fría en cada segmento del cómic; o con el Eternauta de Oesterheld, que nos permite experimentar la tragedia del ser humano que resiste sabiéndose débil e insignificante frente al poder que sabe que no puede sacarse de encima.
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