La cotidianeidad no es una característica común en el cómic. Por el contrario, este es un arte que suele crear mundos fantásticos y llenos de situaciones no corrientes; por naturaleza, el cómic se aleja de lo cotidiano. Hay, sin embargo, algunas excepciones con las que me he encontrado.
Para empezar, hablar de lo cotidiano en el cómic obliga a pensar casi inmediatamente en la obra American Splendor de Harvey Pekar.
American Splendor es un cómic autobiográfico que se dedica a contar el día a día de la vida del autor: los problemas del trabajo, las relaciones con los colegas, con las parejas, las pequeñas cosas que ponen ansioso cada día, se convierten en tema central del cómic. Aquí, lo cotidiano se muestra explícitamente. Pekar se aleja con placer manifiesto de lo fantástico, de lo estereotipado. El lenguaje utilizado siempre es el más coloquial.
Otro cómic autobiográfico que admiro mucho es Paracuellos, del español Carlos Giménez. Allí se narra la vida de los niños internados en los hogares de Auxilio Social, luego de la guerra civil española. El cómic es doloroso, triste, muy emotivo, pero a la vez tiene momentos de juego, de ingenuidad y ternura. Lo cotidiano aquí no se muestra como la situación ordinaria y no sorprendente, por el contrario, lo cotidiano no deja de exigir una actitud siempre alerta, siempre dispuesta a la inventiva con tal de que se logre comer lo suficiente cada día.
Pero no sólo los cómics autobiográficos tienen la capacidad de partir de la cotidianeidad para generar su arte. Está, por ejemplo, el Ghost World de Daniel Clowes, que nos muestra la vida adolescente auténtica que se aleja de los clichés y se posa en un día a día un poco angustiado, un poco rebelde, un poco conformista, un poco alienado: muy adolescente. No creo que la obra de Clowes funcione como juicio moral; funciona como descripción del lento paso del aburrimiento cotidiano que no está seguro de qué dirección tomar. Lo absurdo de la sociedad no se nos muestra para que nos pongamos a llorar; se nos muestra para que nos identifiquemos. He allí una característica principal del acercamiento a la cotidianeidad: se describe, no se explica.
Amo a Neil Gaiman. Me parece un súper capo de los cómics. Él suele ser un creador de alucinaciones inteligentes, por lo que casi nunca creo encontrar a lo cotidiano expresado en sus obras. Pero después de que Alan Moore terminó con una de sus mejores obras (a mi juicio): Miracleman, Neil Gaiman tomó la posta y continuó con el desarrollo de la historia. Moore había creado una utopía ejemplar de la que no parecía posible extraer alguna continuación que esté a la altura. Sin embargo, Gaiman se encargó de demostrar que él sí era capaz. El plan de Gaiman no pudo ser culminado, apenas escribió la primera parte (y un poco de la segunda) de las tres que quería escribir. Allí, Gaiman toma el mundo utópico que había construido Moore, y se posa en la cotidianeidad de los ciudadanos que viven en él, que aun intentan aprender cómo sobrevivir a él. Gaiman se inserta tan profundamente en la fantasía que llega a sus bases. Explora las problemáticas que surgen en las personas imperfectas que han sido sometidas a vivir en un mundo perfecto. Aquí se crea una cotidianeidad, se la moldea complejamente.
Por último, quisiera mencionar al argentino Liniers y su cómic Macanudo. Las cosas que se presentan allí son tan cotidianas y ordinarias que llegan a ser mágicas. Liniers tiene una habilidad increíble para sacar de cada cosita algo especial. Realmente una de las cosas que más disfruto leer. Fíjense en cómo el día a día surge adornado de la más inocente sabiduría en las tiras de Macanudo.
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