jueves, 29 de octubre de 2009

Desmond Morris y las supertribus impersonales

Comencé a leer el libro ‘El Zoo Humano’ de Desmond Morris, y desde las primeras páginas me llamó la atención una tesis básica que propone acerca de la causa de la violencia en la que el ser humano puede caer tan fácilmente.

Morris parte de la idea de que el ser humano fue en un principio una especie que sobrevivía en pequeñas tribus, recolectando y cazando su alimento. Esto permitió que el ser humano forme la capacidad biológica para la cooperación mutua entre los miembros de una tribu, con lo que la relación entre uno y otro fue siempre cercana, habiendo la posibilidad de que todos los miembros de la tribu -que aun no era muy numerosa- se conocieran personalmente. Así pues, toda la tribu participaba de la obtención del alimento, cada uno haciendo la función que le pertenecía. Sin embargo, el primer gran cambio para la especie sería el inicio de la actividad agrícola, en donde ya no simplemente se buscaba comida para necesidad, sino que se comenzaba a generar excedentes, con lo que se consigue tener guardadas raciones para casos de emergencias y para alimentar a cada vez más individuos. Esta, según Morris, habría sido “la llave que había de abrir la puerta a la civilización”. Ahora, la tribu comenzaría a hacerse muy numerosa con más facilidad y los individuos ya no tendrían necesidad de la constante cooperación para lograr alimentarse, ya que era posible dedicarse a otras tareas ajenas a la búsqueda grupal de alimento.

Comienzan así a nacer lo que Morris llama las ‘supertribus’, que ya no eran pequeños grupos en los que todos tenían la posibilidad de conocerse personalmente. Ahora, la relación que se tenía con la comunidad era más impersonal. Esto implica que el ser humano se comienza a enfrentar a una situación para la que no estaba preparado biológicamente. Es decir, el ser humano se había desarrollado evolutivamente para lidiar con individuos a los que conocía y con los que intercambiaba relaciones de cooperación. La evolución no nos había preparado para enfrentarnos a una masa impersonal que es parte de nuestra comunidad, pero con la que no tenemos ninguna clase de relación. Las relaciones humanas se pierden entre la multitud y se hace cada vez más fácil tratar a los demás sin ningún rastro de la cooperación y la ayuda mutua que antes habían condicionado a toda acción de la especie. El ser humano, por naturaleza, estaría diseñado para relacionarse personalmente con otros sujetos. Este tipo de relación disminuye cada vez más conforme va avanzando la civilización, que sería una especie de cautiverio en el que se pone el ser humano para sobrevivir dentro de los nuevos órdenes en los que se encuentra, aquellos que nacieron inevitablemente una vez que comenzó la actividad de la agricultura. (Por ello Morris llama a su libro ‘El Zoo Humano’, aludiendo a que la civilización no es tanto ‘una selva de cemento’, como ‘un zoológico de cemento’, refiriéndose con ello a que el ser humano se encuentra en un cautiverio auto-impuesto, en donde el domador es su propia inteligencia, que lo ha puesto en condiciones que ya no son las originales ni las naturales, pero que son las necesarias para sobrevivir.)

Así pues, las multitudes impersonales con las que el ser humano se comenzó a enfrentar en las nuevas ‘supertribus’ generaron que los que antes eran jefes de tribus se conviertan en ‘superjefes’, más autoritarios y más despreocupados por aquellos a quienes tenía bajo su poder. Surgieron también ‘supersubordinados’, en forma de esclavos, que eran sumisos más allá de lo que lo era el subordinado de la tribu, solo solicitado para que cumpla su función dentro de la comunidad y le sea útil a ella, cooperando con los demás del mismo modo en que ellos cooperaban con él. Esta impersonalidad, que ahora invade la vida del ser humano, genera que la cooperación deje de ser la base del desarrollo de la comunidad, para que ahora se trate más bien del desarrollo privado, con lo que la cooperación es desterrada por la competencia. Esta sería, por supuesto, la situación en la que nos encontramos hasta hoy. Aun nos seguimos considerando parte de ciertas pequeñas ‘tribus’ con las que generamos lazos y relaciones de cooperación, sin embargo ahora es sencillo etiquetar a otros sujetos como pertenecientes a otras tribus, alejándolos de nosotros (a pesar de que están muy cerca) y descartándolos como posibles merecedores de una preocupación personal.

La tesis de Morris me parece, al menos, interesante para pensar en la condición violenta del ser humano. Explica lo que otros han intentado explicar, pero desde un punto de vista evolutivo y biológico. Asume además que la violencia entre nosotros no es algo propio de nuestra naturaleza original, siendo nuestra situación actual lejana a ella. No habría capacidad natural para vivir en la soledad, sin el contacto personal con otros sujetos. Ello sería algo a lo que nosotros mismos nos hemos impulsado, y las consecuencias son evidentes. Ahora, Morris no pretende aquí ponerle el disfraz de villano a la civilización. Esta fue un paso que parecía necesario dentro de cómo se iba desarrollando la capacidad biológica más importante del ser humano: su inteligencia. Y esta no es algo que Morris pretenda calificar como artificial ni como antinatural. Simplemente se intenta mostrar cómo al dar el giro repentino que supuso el nacimiento de la civilización se tuvo que pagar un gran precio, que aun se sigue pagando. Lo que se sigue de allí, lo descubriré conforme avance en el libro.

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